El término lectoescritura engloba las dos habilidades lingüísticas relacionadas con el lenguaje escrito en sus planos de comprensión y expresión, respectivamente. Así como las habilidades lingüísticas orales (hablar y escuchar) no se enseñan, sino que se aprenden en el entorno familiar, proceso que se inicia desde el mismo momento del nacimiento, las habilidades lectoescritoras requieren un proceso sistemático de enseñanza y aprendizaje, por lo que el contexto educativo suele ser el ámbito preferente para su abordaje. De hecho, se ha generalizado la idea de que ese parece ser el principal objetivo de la institución escolar: enseñar a leer y escribir, aunque poco a poco se han ido admitiendo otras finalidades y cometidos. También ha quedado clara la importancia que tienen los procesos de enseñanza-aprendizaje de la lectura y la escritura para asegurar en las personas el dominio de estas herramientas tan necesarias en la sociedad del siglo xxi.
Todavía es práctica habitual entre los profesionales de la enseñanza en las etapas de Infantil y de Primaria seguir utilizando los métodos que «desde toda la vida» se vienen aplicando para la enseñanza-aprendizaje del código escrito de comunicación, aunque también es cierto que cada vez son más las voces que reclaman una revisión, un debate y, en definitiva, un cuestionamiento de las prácticas o métodos de lectoescritura habituales.
En este sentido, cada día es más necesaria una revisión y actualización en torno a esta temática, y se requiere el conocimiento de un método diferente del que suele ser habitual y la posibilidad de iniciar y consolidar grupos de trabajo en que se debatan y experimenten nuevas estrategias y recursos en el campo de la lectoescritura. El problema de la enseñanza de la lectura en la escuela no se sitúa solo en el método que debe utilizarse ni en la edad idónea para iniciar el proceso, sino también en la conceptualización misma de la lectura, de cómo la valoran los equipos de profesores, del papel que ocupa en el proyecto curricular, de los medios que se arbitran para favorecerla y, por supuesto, de las propuestas metodológicas que se adoptan para enseñarla. Hay que añadir también que, cuando la discusión se centra en los métodos o en las edades en las que hay que iniciar la instrucción formal, se opera simultáneamente una asimilación y una restricción: se asimila la adquisición y enseñanza de la lectura a la adquisición y enseñanza del código, y se restringe lo que la lectura implica, que supera las habilidades de descodificación.
Durante muchos años se consideró que, dado un umbral mínimo en la edad del niño para iniciar el aprendizaje de la lectura y supuesta una inteligencia normal, podía empezarse ese aprendizaje sin más, quedando el problema reducido al método de enseñanza, sobre el que sí se generaron discusiones. Las continuas experiencias han demostrado que, aunque se puede aprender a leer desde los cuatro años (y a veces antes), la edad media ideal no está lejos de los cinco y medio a seis. De hecho, numerosos estudios han demostrado que lo que se ha conseguido antes de esa edad resulta fácilmente alcanzable en poco tiempo a partir de los 6 años.
Se pensó también que era necesario un nivel mental determinado, tal vez coincidente con el cronológico, y que de él dependía la facilidad para el aprendizaje. Parece ser que experiencias posteriores han demostrado que no es la inteligencia, sino una madurez básica, la que condiciona el aprovechamiento en el aprendizaje de la lectoescritura.
En esta situación, el profesorado debe tratar de detectar en cada alumno el desarrollo de las diversas capacidades lingüísticas, es decir, los niveles de comprensión y expresión en distintas situaciones y las experiencias previas que ha tenido en relación con la lengua escrita. Para ello es necesario realizar un seguimiento detallado de los distintos aspectos involucrados en las actividades comunicativas: cómo se desenvuelve el alumno en las situaciones de intercambio verbal, de qué forma se relaciona con los demás, finalidades para las que usa la lengua, formas lingüísticas que utiliza y contenido del mensaje que comunica. La observación sistemática parece el procedimiento más indicado para llevar a cabo una valoración inicial de los alumnos. Las observaciones pueden realizarse en cualquier situación que estimule el interés de los niños, ya sea espontánea (entradas, salidas, juegos, etc.) o planificada (trabajos en grupo o cualquier actividad en el aula). Es importante que se hagan de forma regular y puede resultar de gran ayuda dejar constancia escrita de ellas.
Cuando el niño aprende a leer con la ayuda de una persona mayor, y más si es su madre, puede hacer preguntas y hablar, con lo que el aprendizaje le resulta más fácil.
Igualmente, dado que en el dominio lectoescritor es de gran importancia la madurez general o global del aprendiz, deberá insistirse, en los primeros momentos del proceso de enseñanza y aprendizaje, en cuestiones tan aparentemente simples, aunque no lo sean, como afianzar el dominio de la lateralidad, el desarrollo de la percepción auditiva y visual, la interiorización y asimilación de conceptos espaciales y temporales, así como la demostración de que se dispone de destrezas motrices (finas y gruesas) suficientemente ejercitadas.
La lectura y la escritura en el currículo oficial se consideran actividades complejas en las que interviene un elemento convencional y arbitrario. El aprendizaje de la lectura y la escritura supone un proceso de construcción progresiva del sistema de la lectoescritura. Al comenzar la etapa, la función esencial de la escuela es despertar el interés y el deseo de aprender a leer y a escribir.
En principio, puede decirse que son dos los métodos fundamentales para enseñar la lectura: a) partir del conjunto (narración completa, periodo, oración o palabra), para llegar por análisis de sus elementos hasta las sílabas, letras y sonidos; a estos métodos se les ha llamado analíticos o globales; b) partir de los elementos (sonidos, letras, sílabas), para llegar por síntesis a las palabras, oraciones..., al conjunto; a estos métodos se les ha llamado sintéticos. A partir de 1920 surgieron los denominados métodos mixtos o mitigados para dar solución a la aparente oposición entre los métodos analíticos y sintéticos.
Hoy se ha generalizado la idea de que la enseñanza de la lectoescritura no puede hacerse de forma unilateral, sino combinada, polifacética, mixta. El niño, ante un texto escrito, es conveniente que lo comprenda globalmente, pero también, simultáneamente, que ejercite un proceso más lógico descubriendo la combinatoria que subyace en ese texto, las relaciones de fonema y grafema, que es cuando verdaderamente puede considerarse análisis mental. En sentido estricto, el enfoque metodológico mixto implica una triple fase: globalizada, analítica y sintética.
Independientemente del método que se escoja para enseñar-aprender a leer y escribir, habrá que tener en cuenta lo que muchas investigaciones recientes han destacado: lo importante y decisivo que resulta el vocabulario que posea la persona que se inicia en el proceso lectoescritor. Estudios sobre alumnado de Infantil y Primaria, sobre alumnado inmigrante o sobre jóvenes universitarios, que se han desarrollado en la Universidad de Extremadura (por citar solamente algunos), han confirmado que la comprensión lectoescritora, a la que debe conducir cualquier método de enseñanza que se ocupe de la lectura y escritura, se verá consolidada y garantizada con el dominio y manejo de un vocabulario mínimo y fundamental.
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