Posmodernidad

Concepto

La posmodernidad se define como un conjunto de movimientos culturales y estéticos que se contrapone a la modernidad y se propone como una superación de su cosmovisión y axiologías, propiciando como principios conductores la hibridación, el reciclaje y el distanciamiento crítico respecto a la herencia clásica.

Aunque el término posmoderno se populariza a partir de su uso en Jean-François Lyotard y otros autores como Gilles Deleuze, Jean Baudrillard, Jacques Lacan, Michel Foucault, Jacques Derrida, Pierra Bourdieu y Zygmunt Bauman, en realidad lo sustancial de la posmodernidad en nuestro contexto es el tipo de lecturas, las cuales se acercan a los postulados de Mijaíl Bajtín o de Jacques Derrida, a saber, «inversión» o «deconstrucción» de los textos respecto a la cultura heredada. Muchos de los principios estéticos y de la gama de prácticas que subyacen en la posmodernidad están en los enunciados de Bajtín (1979) o de Bauman (2005): una apertura hacia el «dialogismo» y la «polifonía cultural», o la «modernidad líquida» como descripción de un ambiente general.

Cabe destacar otras aportaciones críticas al concepto de posmodernidad, como la de Gianni Vattimo (2005), que relaciona la posmodernidad con el florecimiento de un «pensamiento débil», con una descentralización de roles, que abre el camino hacia una mayor tolerancia y diversidad, y con el desarrollo del escenario multimedia. No en vano Internet, la moda o la experimentación audiovisual van a ser ámbitos privilegiados de esta estética.

 

Análisis

La posmodernidad reivindica la libre circulación de objetos y prácticas despreciadas o consideradas de mal gusto, como por ejemplo el mundo de los fans. Los ecosistemas de la lectura no están en armonía, sino en conflictos latentes: el canon o jerarquía de lecturas es algo que ha impuesto la comunidad científica o académica, elevando a la categoría de sublimes unos textos y olvidando o despreciando otros; del mismo modo, prestigiando algunos eventos y escenarios y menospreciando otros, por ejemplo, la publicidad, la televisión, las pintadas o la ciberliteratura, han sido vistas como ejemplo de subcultura, y sus manifestaciones han sido relegadas a una cultura inferior. Del mismo modo que la escuela y el mercado no siempre coinciden en sus intereses y preferencias, lo mismo pasa con el mundo de los creadores o el de las bibliotecas. El mercado fomenta un tipo de «libros predecibles», que puedan venderse según unas expectativas; el creador, no. Vemos, pues, que expresiones en un tiempo marginales se aúpan a una posición central en el consumo, como ha ocurrido con la literatura infantil y juvenil o con la ficción fantástica. Por otro lado, la posmodernidad también hace alusión a un cierto desorden o fragmentación de las prácticas, que es evidente en el terreno de las lecturas.

Neobarroquismo y conceptos bajtinianos para entender la posmodernidad

La posmodernidad también hace alusión a un cierto desorden o fragmentación de las prácticas, que es evidente en el terreno de las lecturas, lo cual la acerca a la estética neobarroca. Roger Chartier habla de caos al describir el panorama de los textos en la Red. A este respecto, hay que recuperar los conceptos de «polifonía» y «dialogismo» de Bajtín, para entender la pluralidad de manifestaciones a que estamos asistiendo y al juego dialógico entre las distintas concepciones, tecnologías y sectores o ámbitos implicados, desde los creadores a los profesores, desde las industrias o empresas culturales a la biblioteca o la sociedad de la información.

Chartier ha analizado magistralmente estas mutaciones que van desde la cultura impresa, cuyo concepto de libro y de canon de lecturas acotaba de forma precisa los soportes, géneros y usos del texto escrito, a la cultura electrónica, que ha supuesto una revolución profunda de todas estas prácticas. El texto electrónico o la lectura y escritura electrónicas no son solo nuevas literacías que corresponden a nuevos alfabetismos: suponen mutaciones trascendentales en las prácticas de lectura, escritura y aprendizaje, como bien dice Cordón, pues fomentan formas como la lectura fragmentaria o la lectura social, conectada, que se corresponden con la visión de Internet como una inteligencia o mente colectiva. Los textos, su uso, su percepción, es lo que cambia, pues ya no estamos solo ante un texto que es como un manual o una novela, un texto acabado, lineal, sino ante un texto que se lee y se escribe de distinta forma, como le sucede a un hipertexto o, en el caso de la literatura y los media, las sagas y series.

También la percepción de un autor único se va haciendo borrosa, precisamente gracias a la interactividad digital y a los nuevos géneros: el escritor «alógrafo» (A. Besson), el escrilector que recrea a partir de lo que lee (la fan fiction como ejemplo), el escritor amateur que hace continuamente remix igual que los internautas parodian y reescriben mensajes a partir de las herramientas 2.0. Son cambios que tienen que ver, sin duda, con un nuevo tiempo en lo cultural: la globalización y la posmodernidad como nuevas mentalidades; en lo tecnológico: con la sucesión de nuevos dispositivos de lectura, y en lo económico: con el surgimiento de nuevos modelos de negocio y la crisis del mercado del libro en cuanto a su cadena tradicional de producción-distribución-consumo que estudiaba la sociología de la lectura de Escarpit y otros autores. El cambio de paradigma viene sin duda representado de forma emblemática por Internet, concebida como un «océano de información» que desborda fronteras, lenguas y culturas. Si entendemos la idea de «océano», «fluido» o «líquido» no como una figura metafórica de adorno, sino como una analogía que trata de aproximarnos a la realidad del fenómeno, entonces entenderemos mejor la dimensión de estos cambios (Bauman, 2008; Martos Núñez, 2010).

 

Implicaciones

Según Liora Bresler, los dos grandes ejes de la cultura contemporánea son el gusto por la ficción, por la narrativa, y la apropiación o personificación (embodiment) como actitud por la cual el lector acerca el texto a sus propios esquemas cognitivo y corporal y a sus circunstancias de recepción. La combinación de estos dos ejes explica el éxito de todo tipo de iniciativas en este sentido, por ejemplo el fenómeno fan (y sus expresiones concretas: fan fiction, cosplay...) y el surgimiento rizomático de múltiples focos de cultura alternativa, con (re)creaciones locales de todo tipo de historias que innovan o parodian series de TV, videojuegos, best sellers y otras ficciones de éxito. Todo ello genera un conjunto de prácticas radicalmente distintas a las que promovía la cultura letrada clásica.

En todo caso, los nuevos alfabetismos y las nuevas manifestaciones han ampliado nuestra comprensión de la realidad, al insistir en los procesos dinámicos y de cruces entre códigos y lenguajes (transficcionalidad, intermedialidad, intertexto). Así, se habla de transliteracidad como la capacidad de leer, escribir e interactuar a través de una gama de plataformas, herramientas y medios de comunicación desde la oralidad hasta la escritura, televisión, radio y cine, o redes sociales digitales. De hecho, cuando alguien usa un buscador en Internet aparecen todos estos interdiscursos en forma de una amplia gama de lenguajes y textos alusivos al término buscado.

Ante estos nuevos escenarios culturales, necesitamos superar la oposición impresodigital y favorecer un proceso amplio de inclusión cultural, que suponga el fomento de un lector polialfabetizado (A. Piscitelli), híbrido, incluso «anfibio» al modo en que Bajtín describe a Rabelais y a Cervantes, esto es, capaz de «pisar varios territorios». Ello supone considerar una ecología integradora, que abarque todas las literacías significativas para la lectura y que contemple lo mismo las grandes aportaciones de la cultura letrada, incluyendo el amor por el libro y la cultura escrita, y la aproximación escrita a todos los fenómenos de la modernidad, incluso a aquellos que serían hoy parte de subculturas marginales o excéntricas respecto a los núcleos científicos y artísticos, pero que en un futuro, según la teoría de los polisistemas de Even-Zohar, bien pueden cambiar de posición. De hecho, la sociología del conocimiento y de las artes ilustra estos casos de recategorizaciones, o cómo unos géneros, autores y textos son despreciados o bien son objeto de culto de forma muy rápida.

En todo caso, la competencia lectora y escritora no solo es clave para participar en ámbitos profesionales; es ante todo carta de ciudadanía, es decir, la forma de participar y construir el discurso social, empezando por los imaginarios sociales (Castoriadis) que subyacen en el derecho, las creencias o el ámbito de las costumbres. Olson llamó a esto la «mente letrada», y lo cierto es que volverse letrado es compartir un paradigma, que en nuestros tiempos es a la fuerza un paradigma múltiple, híbrido.

Castoriadis distinguió bien estas dos facetas (legein y teukein, referir y actuar), que contraponen los aspectos mentales e intangibles de la lectura frente a su dimensión corporal, física y contextualizada. Por ejemplo, los juegos de rol y los videojuegos, de tanto éxito entre los jóvenes, evidencian este deseo de integrar lo especulativoimaginativo con la dimensión lúdica, ostensiva, pues son narraciones que se juegan y recrean hic et nunc.

El mundo actual, como el Barroco, es proclive al desorden, de modo que debemos ofrecer a los educandos las herramientas para construir un abanico de categorías con las que reducir esa complejidad. Pero, a la vez, esa dispersión también ofrece oportunidades para el aprendizaje, pues podemos siempre ayudar a personalizar itinerarios de lectura y escritura, sabiendo que hay tantos materiales potenciales que algunos serán capaces de conectar con el alumno.

Cervantes anticipó un recurso muy posmoderno que puede servir de guía: leyó, reinterpretó los géneros de su época, organizó un mundo narrativo a partir de una situación fabuladora ciertamente creativa y aplicó a todo ello el humor, la ironía y la tolerancia como formas de construir un discurso abierto y destinado a todo tipo de lectores, aunque también a los lectores inteligentes. En ese momento, hizo sin duda un «antitexto» (Lotman), un texto al margen de las convenciones de la época, que supo reflejar mejor los cambios y el espíritu de su época que otros textos más valorados en su momento, para hacer sus propias versiones, de modo que estas puedan servir de hipotextos (Genette). Del mismo modo, la relectura gótica de numerosos clásicos y de cuentos archiconocidos, como Caperucita o Blancanieves, pone de manifiesto no solo la transgresión de los modelos, sino también la deconstrucción del mito.

 

Referencias

 

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Fecha de ultima modificación: 2014-02-07